¿Cómo manejar el tiempo cuando hablamos en público?

“Uy, me olvidé de decir…” “Se acabó el tiempo, y faltaba decir lo más importante.” “Voy a hablar poco porque se van a cansar”. “Dijo algo, pero no alcancé a entender…” “Habla y habla…; así me queda la cabeza.”

Estas expresiones tan comunes las dicen el que habla o su oyente, cuando el primero carece de habilidad para manejar el tiempo de su discurso.
Si queremos que nuestros interlocutores nos dediquen su tiempo, que presten atención y pongan a trabajar sus emociones y su inteligencia en nuestro discurso, debemos resolver, por orden, los tres problemas siguientes:
1)¿sobre cuántos temas queremos hablar, y en qué orden nos conviene abordarlos?,
2)¿cuánto tiempo tenemos —o nos conviene— emplear?, y
3)¿cuánto de ese tiempo queremos —o nos conviene— dedicar a cada tema?
En cuanto a la primera pregunta, es muy ventajoso que la respondamos en un papel, y con alguna anticipación. No se trata de escribir un texto para luego leerlo: se trata de una lista de temas, clara y concisa. Si la ansiedad nos hace perder el papel, no importa: el sector preconsciente de nuestra mente ya ha tomado nota, y nos la lo recordará.
La segunda pregunta nos va a traer problemas emocionales.
En general, tendemos a hablar demasiado poco. Tememos decepcionar al otro, a que nos agreda con sus comentarios o su aburrimiento. Inclusive, tenemos miedo del miedo: “sé que no voy a poder, me voy a trabar, voy a olvidarme de la mitad de las cosas”. Una de las consecuencias del miedo es salir corriendo: suspender nuestro discurso, o acortarlo, con el flaco pretexto de que “se van a cansar”. Atentos, por lo tanto: tratemos de tomarnos el tiempo necesario para hablar sobre todos nuestros temas, para que el interlocutor entable en su mente una relación con nosotros, para que tenga tiempo de comprendernos y de tomar posición frente a nuestras palabras.
Quizá, a la inversa, nos preocupe que se haga la hora de terminar, y tengamos que irnos sin haber hablado de todos los temas que queríamos abordar. En ese caso, nuestro aliado natural es el reloj. Puede darnos vergüenza mirar la hora; sin embargo, nuestros oyentes, aburridos o interesados por nuestro discurso, nos lo van a agradecer: si miramos el reloj, es porque estamos revisando cómo marcha nuestro discurso, no ensimismados y perdidos en él. Podemos, inclusive, compartir nuestra preocupación con el otro: “Veo que nos quedan quince minutos, y que todavía nos quedan dos temas para tocar, así que, si les parece, pasemos a hablar de X”. Nuestros oyentes nos agradecerán, sin falta, que hayamos encarado nuestro discurso como una empresa común, como un acto de comunicación en el que el oyente tiene la misma importancia que el emisor.
Va quedando claro que nuestro manejo del tiempo trabaja con tres herramientas: el planeamiento, la verificación periódica sobre cómo va marchando la comunicación, y, en consecuencia, la inyección de una gran dosis de calma y sosiego.
Esa pausa, esa tranquilidad, debe manifestarse también en nuestra forma de hablar. Nuestras palabras deben penetrar en los oyentes como la lluvia mansa, de a poco, una por una. Si se mezclan en un hilo informe de sonido, ¡adiós!, perderemos su atención. Podemos hablar en todos los tonos y volúmenes; todo eso será inútil si no cumplimos con las dos condiciones siguientes:
1)Pronunciar lentamente.
2)Detenernos después de cada oración que digamos, y hacer una pausa de un segundo o dos, de modo que nuestros oyentes tengan tiempo para darse cuenta de lo que hemos dicho, y para empezar a procesarlo.

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