“Lo que no empezaste a hacer antes de diciembre, mejor dejalo para marzo.” GRAVE ERROR, fuente de postergaciones y fracasos.
Hablarle a otro, o hablar con otro, es también organizar el espacio en el que hablamos. Ese espacio también habla, junto con nosotros. Si no coordinamos nuestra voz con la voz del espacio, la comunicación entra en peligro.
Una conversación entre dos personas que se declaran su amor no toma el mismo rumbo si se realiza en la celda de una cárcel, durante un viaje en ómnibus o en un fresco prado primaveral lleno de flores. Los interlocutores están presentes físicamente en un cierto espacio común, y cada uno puede cuestionarlo o modificarlo, pero no puede evitar que influya en la construcción de la comunicación.
También existen las comunicaciones orales a distancia; en ellas, cada persona habla desde un sitio específico, que a veces puede elegir o preparar, y es influida tanto por su propio espacio como por el espacio donde se encuentra su interlocutor. Es por eso que siempre intentamos enterarnos de cómo es el espacio donde está el otro: si no lo vemos tomamos nota de sus sonidos, lo imaginamos, preguntamos acerca de él. Es que el espacio del otro influye en lo que dice: nos ayuda a interpretar sus palabras y sus silencios. No es lo mismo, por ejemplo, vender un seguro de vida por teléfono si el vendedor —o el comprador— está en un sillón de su casa, o en una playa veraniega, en el patio de una escuela o en la fila de un supermercado.
En consecuencia: si queremos que nuestra comunicación oral sea satisfactoria, tenemos que esforzarnos por modelar el espacio en el que se realice. Buscar el mejor espacio posible; si no podemos hacerlo, analizar el lugar que nos toca — o que le toca a nuestro interlocutor—; encontrar el punto del espacio más conveniente para hablar o escuchar y, finalmente, intentar que el otro o los otros estén ubicados en los lugares más apropiados.
“Apropiados”, “convenientes”, ¿para qué?
Para que se cumpla una regla fundamental:
El espacio en que se realiza una comunicación oral debe estar dedicado a que se cumpla el objetivo de esa comunicación. Si el objetivo, por ejemplo, es explicar objetos o ideas, el espacio debería ser diáfano y claro, y contar con elementos visuales o auditivos que presentasen esos objetos, o que expresasen las relaciones y los alcances de esas ideas, como sucede en el cine documental científico. Si el objetivo de la comunicación es expresar emociones, el espacio debería reflejarlas mediante colores, formas o sonidos. Si el objetivo es captar voluntades en favor de una idea o persona o agrupación, habrá que organizar el espacio de modo que las miradas converjan en un punto, y en ese punto esté la idea, persona, partido político o imagen religiosa que se intenta exaltar. Si el objetivo es lograr que varias personas se pongan de acuerdo, el espacio deberá facilitar que se miren y escuchen, pero que entre ellas haya un área, ocupada por el mediador, que funcione como remanso, territorio de arbitraje y acuerdos.
Seamos coherentes. Cuando queremos que un grupo de personas expresen libremente sus opiniones y lleguen a un acuerdo en el que la voluntad de todos quede lo mejor plasmada posible, ¿los haremos sentar en hileras, de a diez en fondo, una tras otra, y pondremos al coordinador delante, subido a una tarima? De ninguna manera. El espacio deberá garantizar igualdad de oportunidades y, al mismo tiempo, un sitio que dé al conductor el papel de árbitro, no de jefe.
Observemos el espacio y la ubicación de las personas en un acto de comunicación, y podremos animarnos a predecir qué resultado tendrá.
“Lo que no empezaste a hacer antes de diciembre, mejor dejalo para marzo.” GRAVE ERROR, fuente de postergaciones y fracasos.
La lucha entre poderosos ensucia la polémica sobre la universidad pública y gratuita. No escribo este texto para apoyar a ninguno de los energúmenos que juegan a atacarla o defenderla. Escribo porque la Universidad es un bien de los argentinos, que no hay que perder.
La situación económica de un paciente está íntimamente relacionada con su situación psíquica. El dinero y la energía psíquica son fuerzas móviles que pueden tanto chocar como hacer alianza.
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